miércoles, 8 de septiembre de 2010

Septiembre Mes de la Biblia: ¿Conoce usted a Dios?


Estamos inmersos en una cultura cuya meta suprema es la prosperidad material, el bienestar económico, la ausencia de enfermedades, etc. Una sociedad que niega el valor del sufrimiento, y que únicamente valora lo pragmático, lo que tiene utilidad y aplicación inmediata. El hombre tiene ansia de conocimiento, pero de un conocimiento que le permita tener un estatus superior, obtener mayores utilidades monetarias, entregarle mayor placer y que en síntesis le permita vanagloriarse de sí mismo.
En medio de este escenario el ser cristiano, participar en la comunión de una Iglesia, escudriñar la biblia y orar es visto más bien como un pasatiempo, una actividad colateral en la vida de una persona cuya meta principal es obtener más y más, y Dios es reducido a un simple amuleto de la buena suerte, a un “genio mágico” que está a nuestra merced y al cual reclamamos si las cosas no marchan como queremos, si no obtenemos el estatus que soñamos o si alguna desgracia nos acontece.
El problema que se plantea es un problema de prioridades. ¿Para qué fue creado el Hombre? He aquí lo que nos dice la Biblia:

a)      Para adorar a Dios: “Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren” Juan 4: 23.
b)     Para servirle: “En pos de Jehová vuestro Dios andaréis, a Él temeréis, guardaréis sus mandamientos y escucharéis su voz, a él serviréis, y a él seguiréis” Deuteronomio 13: 4.
c)      Para conocerle: “Porque misericordia quiero, y no sacrificio, y conocimiento de Dios más que holocaustos” Oseas 6:6.

Sobre este último punto nos detendremos. Una de las finalidades más grande en la existencia del hombre es que éste conozca a Dios, no es la realización personal, no es la riqueza, no es la fama y honra propia, Jesucristo dijo: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” Juan 17:3. Comenzamos a vivir en parte la vida eterna en la medida en que conocemos a Dios aquí en la Tierra, y el medio más directo, enriquecedor y cabal para este propósito es su palabra, Jesucristo nos dice una vez más: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ella tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” Juan 5:39. Una de las primeras referencias al verbo “conocer” es en Génesis 4:1 “Conoció Adán a su mujer Eva, la cual concibió y dio a luz a Caín…” y Génesis 4:25 en el mismo contexto dice: “Y conoció de nuevo Adán a su mujer, la cual dio a luz un hijo, y llamó su nombre Set…”. Y en el Nuevo Testamento, con respecto a José y María dice “Pero no la conoció hasta que dio a luz a su hijo primogénito; y le puso por nombre JESÚS” (Mateo 1:25). Obviamente Adán conocía literalmente a su mujer Eva desde el día que Dios se la dio por esposa, y también José conocía literalmente a María, por tanto el verbo “conocer” es usado en el sentido de ilustrar la consumación total de amor entre marido y mujer en el acto procreativo, da cuenta así de una relación íntima de amor, confianza, entrega y unión. Por tanto, si Jesucristo demanda que le conozcamos a él, es porque anhela establecer con nosotros sus hijos una estrecha relación de amor y  comunión. Las pruebas de la vida, el sufrimiento así como las bendiciones son medios que Dios usa para que le conozcamos más de cerca, pero la vía principal y más importante será siempre su palabra, Jesús dijo: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” Mateo 24:35. Solo mediante la Biblia conocemos el carácter de Dios, sus atributos, su gracia, su poder y majestad y su voluntad, la cual es primeramente que creamos en Jesucristo y su obra redentora para así ser salvos y segundo guardar sus mandamientos. Nunca terminamos de conocer a Dios, la primera prioridad de nuestra vida debe ser la búsqueda de tal conocimiento. En la vida eterna nuestro amor, conocimiento y gozo de Dios se proyectan por la eternidad.

Para finalizar quiero hacerle una pregunta muy importante que es el complemento de lo ya expuesto: ¿Dios lo conoce a usted? Tener la certeza de esto es trascendental, Jesús nos dice: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.” (Mateo 7:21-23) Estas personas nunca fueron “conocidas por Dios”, o sea nunca Dios las salvó, nunca Dios las amó, nunca Dios estableció su pacto con ellos ni derramó su gracia y misericordia salvífica sobre ellos. Nótese que ellos creían merecer la entrada al reino porque “profetizaron”, “exorcizaron”, “hicieron milagros”, ellos descansaban sobre sus obras, sobre su propia justicia, pero no conocían a Dios ni su voluntad, la cual es descansar por la Fe en Jesucristo y su Justicia y no en la nuestra.

Le invito a que reflexione en el grado de conocimiento que tiene de su Salvador, de aquél que le salvó, de aquél que colma su vida de favores y que le tiene reservada la vida eterna: Jesucristo. Amén.


1.     PREGUNTAS PARA LA MEDITACIÓN PERSONAL

1.      ¿Leo la Biblia a Diario?
2.      ¿Le enseño y/o comparto las escrituras a mi cónyuge e hijos o he delegado esa función a la Iglesia?
3.      ¿He intentado memorizar alguna vez los 10 mandamientos u otras porciones clave de la escritura como el Padre nuestro?
4.      ¿Soy diligente en preparar la palabra para enseñarla en la escuela dominical o en una predicación de púlpito?

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“Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón,  y de toda tu alma,  y con todas tus fuerzas.
 Y estas palabras que yo te mando hoy,  estarán sobre tu corazón;
y las repetirás a tus hijos,  y hablarás de ellas estando en tu casa,  y andando por el camino,  y al acostarte,  y cuando te levantes.
Y las atarás como una señal en tu mano,  y estarán como frontales entre tus ojos;
y las escribirás en los postes de tu casa,  y en tus puertas.” (Deuteronomio 6:5-9).

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